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Crónica

Un día como jurado de votación

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720 minutos en medio de sufragios

Haber designado a un periodista de la ciudad como jurado de votación, ya era para el Registrador delegado en Santa Marta algo exótico. Estas son algunas anécdotas desde una de las mesas de votación que refleja una jornada electoral amena pese a las agotadoras doce horas de labor.

Hay conmigo quince personas, un salón de clases cambió su habitual uso, pasó de ser aula a convertirse por un día en puesto de votación.

Cientos de personas en la ciudad fueron designados jurados de votación de forma aleatoria, entre ellos estuve yo.

A las 7 de la mañana del pasado domingo estaba de pie en la entrada principal de la Institución Educativa Distrital Liceo del Pando. Después de una larga fila, alas 7 y 55 minutos me instalé en la mesa designada,yo era vicepresidente suplente.

Seis jurados por mesa, estipuló la Registraduría del Estado Civil, sin embargo, en la mesa veinticinco la realidad fue distinta solo seríamos tres, al llegar a la mesa noté que yo era el tercero, ya estaban Fabián y Belkys.

540 minutos permanecieron abiertas las urnas, en la mesa veinticinco, 234 sufragios se totalizaron, y como cada votante depositó cinco votos, 1.170 tarjetones tendríamos que contar.

Iniciamos funciones, recibimos el documento de identidad, lo verificamos con los stikers de biometría, corroborábamos la mesa, hacíamos el registro de los votantes en la lista y luego entregábamos los tarjetones.

En la mesa veinticinco, solo hombres estaban habilitados para ejercer el derecho constitucional,pensé que ya no podría disfrutar de toda la jornada electoral con el desfile de los cientos de rostros femeninos que en el sur de la ciudad desbordan por su belleza. Quizás tenga suerte en otra oportunidad, pensé.

Estando como testigo, evidencié que entre los jurados surgía este interrogante, ¿nos darán el almuerzo?, algunos que a diferencia mía no eran primerizos,se encargaban de dar respuesta, dejando claro que son contados los colegios en los que en plena jornada se les hace suministro alimenticio a los jurados, sin embargo una luz de esperanza se abrió cuando la delegada de la Registraduría dijo, “aquí entre nos, no puedo asegurarles si les darán o no merienda, ya que nosotros como Registraduría no lo hacemos, pero algo escuché, de que en esta ocasión la alcaldía había destinado un refrigerio”.

ALMUERZO AJENO

Siendo las doce con treinta minutos del medio día, el calor en su máximo esplendor, el chillido de los abanicos forzados por la alta temperatura y el hambre que invadía mi organismo, sucedió un hecho del cual sentí remordimiento.

A la mesa se acerca una testigo traía en sus manos un portacomidas de icopor que despedía un penetrante olor a comida “hola chicos, háganme un favor, traigo este almuerzo para quien esté de testigo en esta mesa, no sé su nombre pero me dijeron que lo entregara al testigo de la mesa 25”.

Ante la pregunta de la mujer tomé la vocería, haciéndole saber que desde que abrimos las urnas no habíamos sido acompañados por ningún testigo, sin embargo, mi atrevimiento me impulso a decirle que lo dejara, que yo sabría que hacer con aquella encomienda anhelada por todos.

Sin dudarlo, y sin decir palabra, dejó la comida en la mesa, dio media vuelta y se marchó. Pasaron algunos minutos en los cuales el número de votantes bajó, y en compañía de Belkys, indagamos qué había adentro del portacomida, arroz blanco, pollo guisado, plátano maduro y ensalada de lechuga que satisfizo nuestra
hambre.

APARECIÓ EL DUEÑO

Media hora después de haber acabado con el plato, apareció un joven no mayor a los 25 años, quien con planilla en mano y vigilando nuestra tarea, me indujo a pensar que este sería el testigo a quien iba destinada la comida que a nosotros nos calmó el hambre.

Por cosas del destino fue a mí a quien preguntó que si por casualidad en nuestra mesa le habrían dejado su comida, lo miré y aunque con pena, no le negué en qué terminó el almuerzo, a lo que respondió, “erda… me ganaron de mano”.

La labor de conteo se nos hizo eterna, teniendo en cuenta que solo éramos cuatro jurados en la mesa, de los cuales uno no podía hacer mucho esfuerzo por problemas de salud.

Alrededor de cincuenta minutos fueron empleados para conocer el número de sufragios obtenidos por cada uno de los aspirantes, sin embargo, dicho conteo debía ser corroborado para así plasmarlo oficialmente en el documento E15, el cual es entregado a los receptores de los resultados por parte de la Registraduría Nacional.

Luego de culminar la jornada, satisfecho de haber cumplido mi deber como ciudadano elegido para ser jurado, respiré hondo y, pese al dolor de piernas y de la cabeza, recordé la multa de la que me había salvado, me ahorré 5 millones 154 mil pesos.

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