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Edición Especial

La United Fruit Company en la literatura latinoamericana

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Tres escritores Nobel abordaron y denunciaron el poder total y manipulador de la United Fruit Company en Latinoamérica: Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda y Gabriel García Márquez. En Colombia, autores como Álvaro Cepeda Samudio y Gabo, además de otros escritores, han descrito su visión del enclave bananero como formación social de frontera de esta compañía extranjera que debilitó al Estado y fragmentó la Nación.

[Leer introducción del especial: “Magdalena, enclave bananero”]

La obra cumbre ‘Cien años de soledad’ del nobel colombiano Gabriel García Márquez describe en su realismo mágico la historia de lo que fue la empresa bananera en el Caribe. La novela integra el relato de las bananeras en medio de una visión trágica y pesimista del país.

Todo comenzó cuando Aureliano Segundo se encontró por causalidad con míster Herbert en el Hotel de Jacob. Como era su costumbre llevar forasteros a casa, lo invitó a comer con su familia: los Buendía. Fue cuando míster Herbert, un gringo rechoncho y bonachón, probó por primera vez un banano. Después de un banano fue un racimo y después otro. La exótica fruta fue tan reveladora que míster Herbert “Con la incrédula atención de un comprador de diamantes examinó meticulosamente un banano seccionando sus partes con un estilete especial, pesándolas en un granatorio de farmacéutico y calculando su envergadura con un calibrador de armero”. Cien años de soledad (1976, p.94).

Tiempo después de la sabrosa experiencia, llegaron a Macondo abogados, agrónomos, topógrafos y demás, y más tarde los gringos con sus lánguidas esposas vestidas con traje de muselina. Entonces, se ubicaron al otro lado de la línea del tren donde construyeron sus viviendas sobre prados azules cercados por mallas metálicas. Y así ocurría en todos los lugares y países donde llegó la United Fruit Company.

[Leer nota:“United Fruit Company, un gigante industrial”]

Ante los imprevistos cambios, los habitantes de Macondo“ se levantaban temprano a conocer su propio pueblo”. La situación incomodó tanto al coronel Aureliano Buendía quien al ver la hojarasca expresó irascible: “Miren la vaina que nos hemos buscado no más por invitar a un gringo a comer guineo”.

Después de narrar las reacciones de los Buendía ante la llegada de la United, Gabriel García Márquez se toma su licencia literaria para describir los hechos de la Masacre. En el país, Gabo y el barranquillero Álvaro Cepeda Samudio con sus obras La hojarasca (1955), Cien años de soledad (1967) y La Casa Grande (1962) consagraron con su estilo este episodio sangriento de la historia colombiana. No fueron los primeros en abordar el tema ni serían tampoco los últimos en el Continente.

La literatura en Centroamérica ya había resaltado, mucho antes, los abusos de esta compañía desde principios del siglo XX. Sin embargo, fue un escritor gringo, O’Henryen 1904, el primero en poner el tema en la literatura y pronosticar los alcances nefastos de la compañía bananera en el terreno político, económico y social. O’Henry en su novela satírica Cebollas y reyes, fue quien introdujo el término “banana’s republic” para referirse a Honduras inicialmente. Solo hasta los años 30, los periódicos norteamericanos hicieron uso de este término satírico cuando, a los ojos del mundo, la United decidía el futuro político de los países centroamericanos, quitando y poniendo presidentes. ‘Banana’s republic’ sigue siendo sinónimo de gobiernos débiles y corruptos que obedecen a las pretensiones de las multinacionales de turno.

A continuación, haremos un panorama cronológico de las obras que han abordado la presencia y el impacto de la United Fruit Company en los pueblos latinoamericanos.

‘MAMITA YUNAI’

La construcción de ferrocarriles del señor Keith, propietario de la United Fruit, fue lo más parecido a la de la Muralla china, no por la extensión de su estructura sino por todos los obreros que murieron erigiéndola. Este hecho inspiró historias en autores latinoamericanos como el costarricense Luís Carlos Fallas. En su novela, Mamita Yunai: el infierno de las banderas (1941), narra la tragedia de unos hombres y mujeres que padecen las injusticias sociales a causa de esta multinacional en la Costa Atlántica del país. Como Mamita Yunai sería llamada esta compañía por actuar como una madre proveedora de bienes, pero a la vez celosa e implacable.

[Leer nota: “El ferrocarril, símbolo de poder económico”]

Sibaja es el personaje-narrador que cuenta cómo sus amigos mueren en las selvas de Costa Rica talando bosques y abriendo montañas para construcción del ferrocarril. Uno de los amigos de Sibaja muere aplastado por un árbol y todos sufren el acecho de los animales rastreros, de insectos y del hambre. Calufa, como era conocido familiarmente Carlos Luís Fallas, fue al servicio de la United liniero, peón, ayudante de albañil, dinamitero, tractorista, entre otros oficios, en la provincia de Limón, provincia en donde la compañía construyó el ferrocarril en suelo costarricense. La desesperanza sufrida es narrada en distintos momentos de su novela, como en este caso:

“Así, cada uno acariciaba sus esperanzas para ir matando el tedio… ¿Jerez? El viaje a Cuba, a vivir donde su hermana… ¿El otro? El regreso a Nicaragua. Ilusiones de todos los que entran a la Zona Bananera en busca de fortuna y que se van dejando a jirones en las fincas de la United. Los linieros viejos ya no sueñan en nada, no piensan en nada. Sudan y tragan quinina. Y se emborrachan con el ron grosero que quema la garganta y destruye el organismo. ¡Hay que embrutecerse para olvidar el horror en que se vive y en el que se tienen que morir!”. (p.136).

Mamita Yunai refleja un momento en la historia de Costa Rica marcado por la oscuridad impuesta por la United, donde la vida gloriosa planteada por esta multinacional contrasta con las hostilidades de la selva, lugar en el que muchos obreros se fueron para no regresar. El peligro al estar expuesto en la selva, vista como un “mar verde y tenebroso”, intensifica el drama vivenciado alguna vez por Calufa y sus compañeros de explotación.

UN POEMA COMPROMETIDO

Ocho años después, el poeta chileno Pablo Neruda lee la novela de Calufa y da a conocer su importancia histórica y literaria para la humanidad. Mamita Yunai, que había pasado inadvertida hasta entonces, fue reeditada en Chile en 1949. Seguidamente, Neruda, que sería premio Nobel de literatura en 1971, le canta un poema a la United Fruit Company titulado “La United Fruit Co.”. En uno de sus apartes, el su poema canta así:

“Bautizó de nuevo sus tierras/como ‘Repúblicas Bananas’, /y sobre los muertos dormidos, / sobre los héroes inquietos / que conquistaron la grandeza, / la libertad y las banderas, / estableció la ópera bufa: enajenó los albedríos /regaló coronas de César, / desenvainó la envidia, atrajo / la dictadora de las moscas, / moscas Trujillos, moscas Tachos, / moscas Carías, moscas Martínez, / moscas Ubico, moscas húmedas / de sangre humilde y mermelada, / moscas borrachas que zumban / sobre las tumbas populares, / moscas de circo, sabias moscas / entendidas en tiranía”.

Pablo Neruda fue, además de poeta, un hombre activo en la política y de ideas izquierdistas. No es extraño que su poema contra la multinacional bananera esté cargado de denuncias y duelo por los oprimidos.

CENTROAMÉRICA ESCRIBIÓ

La obra de Carlos Luís Fallas también fue decisiva para que otros empleados de la United escribieran obras literarias, tal es el caso de Bananos (1942) del escritor nicaragüense Emilio Quintana y Prisión Verde (1950) del hondureño Ramón Amaya Amador. Otra obra importante es En Puerto Limón (1950) del costarricense Joaquín Gutiérrez, pero no más importante que Murámonos, Federico (1973), considerada su obra más lúcida.

[Leer nota:“Potentados bananeros de la United Fruit Company”]

En Murámonos, Federico un pequeño finquero vende las tierras a la United después de ser acosado por el abogado de la compañía. En medio de sentimientos de frustración y rabia, decide vengarse envenenando las plantaciones.

Es recurrente en las novelas de este tipo que un gringo sea un pionero y detrás de él viene todo el aparato de administradores, ingenieros que construyen las vías férreas, canalizan o desvían ríos, siembran las fincas y sacan fruta en su ferrocarril que sus buques embarcan para vender en los supermercados americanos. En El Papa Verde de Miguel Ángel Asturias, precursor del realismo mítico, ese hombre se llama Mark Thompson. Es el símbolo del poder imperial que asola selva y hombres, maniata políticos y tumba gobiernos desafectos en desarrollo de su proyecto bananero.

Miguel Ángel Asturias, premio Nobel en 1967, paradójicamente nació en el año de la fundación de la UFC, 1899. Asturias es el autor más importante de los autores centroamericanos antes citados. Escribió tres novelas sobre la influencia mortal de la compañía en Guatemala: Viento Fuerte (1950), El Papa Verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1956).

El Papa Verde es considerada una de las mejores novelas antimperialistas que ha dado la literatura universal. Mark Thompson, el Papa verde, decide crear su imperio en Centroamérica y aspira a ser presidente de la Tropical Bananera, nombre que recibe la United en esta historia. Matavi es su contrincante, quien, a diferencia de Mark, es un hombre sensible y mitológico, esencia del nativo centroamericano. A la historia la alimentan las estratagemas de la familia Lucero, quien lucha por fundar una cooperativa contra la Tropical Bananera, igual como sucedió en la Zona Bananera de Santa Marta, donde un grupo de productores locales trataron de fundar, sin lograrlo, compañías para exportar por su cuenta y riesgo la fruta a los mercados de Estados Unidos.

Los ojos de los enterrados es la última de la trilogía. La crítica la ha entendido como una suerte de esperanza para el pueblo bananero guatemalteco. Es una novela inspirada en el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, y narra el poder de las huelgas y la consecuente caída del régimen de la Tropical Bananera. Asturias fue uno de los primeros autores latinoamericanos que rompió con la tradición europea del realismo y recordó a la literatura latinoamericana que la historia de nuestros pueblos sigue virgen para las letras. Un espaldarazo para el ‘realismo mágico’ explotado por Gabo.

[Leer nota:“El Ocaso de la United Fruit Company”]

LA LITERATURA REGIONAL Y EL FENÓMENO BANANERO

Por cuenta de la huelga de las bananeras (1928) ha corrido mucha tinta en el país. Podría decirse, sin riesgo a equivocarse, que existe una literatura bananera para el caso colombiano. La literatura y la historia se han disputado el tema de la huelga. La literatura, sin embargo, se apropió del asunto muy pronto, hecho que dio como resultado un cuerpo de textos bastantes significativos por su calidad.

Casi desde los primeros momentos, cuando la huelga se incubaba, el samario Francisco Gnecco Mozo escribió ‘Lenine en las bananeras’, publicado en la revista Cromos, de Bogotá, el 15 de diciembre del mismo año, a escasos ochos día de los sangrientos hechos.

A este cuento, tal vez premonitorio, siguió la publicación de ‘Papeles de la Huelga del Magdalena’ en 1928, un escrito testimonial y aclaratorio, salido de la pluma informada del poeta y periodista Gregorio Castañeda Aragón y publicado en Barcelona en 1931. Antonio Parada, unos años más tarde, en 1938, publicó ‘Trapo rojo’, cuento en el que recrea las condiciones de explotación en que vivían los obreros por cuenta de la empresa y sus mandadores en las fincas.

La masacre, sin embargo, no ha sido el tema central y dominante. La vida cotidiana, no siempre fácil en las bananeras, ha sido motivo de otros textos. El vallenato José Francisco Socarrás, médico siquiatra que vivió en Ciénaga en los años treinta, aportó varios relatos en los que describe la vida cotidiana, de tragos, sexo y supersticiones dominante en las fincas y pueblos bananeros del Magdalena. Sus títulos son bien reveladores de las intenciones del autor: ‘La uña de la gran bestia’, ‘Al tercer día carnaval’ y ‘El Cielo guardó el agua’.

‘Zona Bananera del Magdalena, perfil geo-histórico de Macondo’ del docente e historiador sanjuanero Rafael F. Guerra es la explosión emocional sobre una comarca privilegiada, pero urgida de conocerse a sí misma, porque el enclave bananero entre lo bueno y lo malo, prosperó, pero en su recorrido humilló y robó, afianzó su poderío económico, mientras los hombres de Macondo, absortos veían como se les engañaba con máquinas, pitos, bocatomas, mercancía buena y barata; sutiles academias; médicos, clínicas; comisariatos, clubes; y para redondear el espejismo, teléfonos de manivela en medio del Cavendis, Gros Michel y el Grand Naín.

Gabriel García Márquez, en 1955, entonces un muchacho de 28 años, publica ‘La hojarasca’, novela en donde por primera vez aborda, aunque de manera tangencial, los efectos de la presencia de la United en Macondo. La novela ofrece un epígrafe muy diciente:

“De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos, rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil. La hojarasca era implacable”. (La hojarasca, 1955).

LA CASA GRANDE

En 1958, en la revista Mito de Bogotá, Álvaro Cepeda Samudio, amigo de parranda y aventura literaria de García Márquez, publica ‘Soldados’, el primer capítulo de ‘La casa grande’, la cual aparecería en 1962. Este capítulo, casi todo en forma de diálogo, narra la llegada a Ciénaga del planchón de soldados, procedentes estos de Barranquilla. Son los soldados encargados de acabar con la huelga, según confesión de uno de los militares que interviene en el diálogo.

“—No tenía que matarlo, no tenía que matar a un hombre que no conocía.

—Dieron la orden, todos dispararon, tú también tenías que disparar: no te preocupes tanto.

—Pude alzar el fusil, nada más alzar el fusil, pero no disparar.

—Sí, es verdad.

—Pero no lo hice.

—Es por la costumbre: dieron la orden y disparaste. Tú no tienes la culpa.

—Quién tiene la culpa entonces?

—No sé: es la costumbre de obedecer.” (p.40)

La casa grande (1962), cuyo tema central es la disolución de una familia bananera a causa de sus odios internos y del odio del pueblo, es, al decir de la crítica y del mismo Gabriel García Márquez, la primera novela civilizada de la violencia colombiana. Ya en 1954, el barranquillero Cepeda Samudio había sacado al mercado su libro. Todos estábamos a la espera. El cuento ‘Hay que buscar a Regina’ es bien ilustrativo de la vida de explotación a que era expuesta la mujer en la Zona. Su trama es la historia de una muchacha –Regina– que, ayudada por su novio, decide escapar para evitar ser entregada a un plantador de la región, hombre que la ha comprado a su familia.

[Leer nota:“¡Huelga, huelga, huelga!”]

Sobre La casa grande, García Márquez escribió uno de los comentarios más audaces y certeros de la novela:

“La casa grande es una novela basada en un hecho histórico: la huelga de los peones bananeros de la Costa Atlántica colombiana, en 1928, que fue resuelta a bala por el ejército. Su autor, Álvaro Cepeda Samudio, que entonces no tenía más de cuatro años, vivía en un caserón de madera con seis ventanas y un balcón con tiestos de flores polvorientas, frente a la estación del ferrocarril donde se consumó la masacre. Sin embargo, en este libro no hay un solo muerto, y el único soldado que recuerda haber ensartado a un hombre con una bayoneta en la oscuridad, no tiene el uniforme manchado de sangre sino de mierda”.

Álvaro Cepeda sí vivió con su madre, Sara Samudio, en Ciénaga, pero después de los sucesos. No se equivoca García Márquez al indicar que en la novela los hechos de sangre quedan al fondo. Muy reveladora, por otra parte, la sustancia que mancha el uniforme del soldado.

[Leer nota:“Choque entre el comportamiento ribereño y el asentamiento de la UFC”]

Esta manera de enfrentar la historia, de contar un hecho histórico, más que parecer arbitraria, como pudieran decir los historiadores, “es una espléndida lección de trasmutación poética”. Para García Márquez, Cepeda sometió los hechos sangrientos de la huelga a una especie de “purificación alquímica”, y solo entregó en su novela “su esencia mítica, lo que quedó para siempre más allá de la moral y la justicia y la memoria efímera de los hombres”.

García Márquez remata su comentario de la novela con las siguientes palabras: “’La casa grande’, además de ser una novela hermosa, es un experimento arriesgado y una invitación a meditar sobre los recursos imprevistos, arbitrarios o espantosos de la creación poética. Y es, por lo mismo, un nuevo y formidable aporte al hecho literario más importante del mundo actual: la novela latinoamericana”.

Se refiere al notable éxito que empieza a cosechar la novela hispanoamericana, a la que el mismo contribuiría de manera decisiva al publicar en 1967 ‘Cien años de soledad’. Fenómeno de renovación de la narrativa del Continente que, más tarde, seria denominado el Boom latinoamericano.

AUTORES LOCALES

El tema de la huelga y masacre siguió alimentando la imaginación de autores de la región décadas después. En 1964, Efraín Tova Mozo publica su novela ‘ZigZag en las bananeras’, una obra de ambiente realista que denuncia el ambiente social y frívolo dominante en el interior de la élite bananera. Cuenta la historia de amor entre un militar y la hija de un potentado del banano. La historia, la literaria, pareciera copiar el supuesto o probable affaire entre la cienaguera Úrsula Rebolledo y Carlos Cortés Vargas, al paso del general por Ciénaga y Santa Marta.

También el autor Javier Auqué Lara escribe en los años sesenta y publica en Caracas, en 1969, la novela ‘Los muertos tienen sed’. En esta obra denuncia sin rodeos no solo el proceder del ejército, el cinismo de la United, sino el accionar político de los dirigentes de la huelga, entre ellos a Raúl Mahecha, a quienes responsabiliza de la violencia que se generó por la huelga.

‘CIEN AÑOS DE SOLEDAD’

Pero, sin ninguna duda, el fenómeno mayor, relacionado con el tema bananero, correrá por cuenta de García Márquez, cuando en 1967 aparece en Buenos Aires ‘Cien años de Soledad’. La manera en que cuenta la llegada de la compañía bananera y la forma en que describe la mascare y el recorrido del tren de 3.000 muertos captaron la atención inmediata de quienes hasta el momento apenas sí habían estudiado la huelga y la masacre. El encanto y hechizo de su novela no solo despertó un interés por el estudio de la huelga, sino que algunos historiadores, sin mayores cuentas, aceptaron como palabra de Dios que los muertos de la Plaza de la Estación de Ciénaga fueron 3.000, ni uno más ni uno menos. El apartado en donde relata, en la plaza de Macondo, en los minutos previos a la orden de disparar, es uno de los episodios más citados de la novela cumbre de Gabo. “¡Cabrones! –gritó (José Arcadio Segundo)-. Les regalamos el minuto que falta”.

Gabo narra los hechos como sigue:

“Al final de su grito ocurrió algo que no le produjo espanto, sino una especie de alucinación. El capitán dio la orden de fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto. Pero todo parecía una farsa. Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una vulnerabilidad instantánea. De pronto, a un lado de la estación, un grito de muerte desgarró el encantamiento: Aaaay, mi madre”. (p.126)

Después de masacre vinieron las especulaciones. Atónito, José Arcadio Segundo contaba alrededor de tres mil muertos, pero nadie fue capaz de acercase a su cifra pues, una vez cayó el aguacero del 6 de diciembre y lavó los ríos sangre, para los habitantes de Macondo no hubo muertos jamás”.

OBRAS LOCALES RECIENTES

Después de García Márquez, en el plano exclusivamente literario, otros autores de la región como Guillermo Henríquez Torres, Ramón Illán Bacca y Clinton Ramírez han tratado desde distintas esquinas y visiones la vida bananera, dejando atrás un tanto la masacre para abordar otros aspectos de la sociedad bananera.

De Ramón Bacca Linero puede mencionarse su clásico cuento ‘Si no fuera por la Zona Caramba’, en el que recrea el baile de pre-carnaval que la sociedad samaria organizó en honor a Carlos Cortés Vargas, a menos de tres meses de los sangrientos hechos. De su risueña inventiva es el cuento ‘En la guerra no hay manzanas’. En este texto, como en el ‘Príncipe de la barja’, la élite samaria concentra todas las atenciones de su astuta mirada crítica. ‘En la guerra no hay manzanas’, se cuenta, desde la visión de un niño, los años de asfixias que padecieron la Zona y la élite samaria al suspenderse los envíos de la fruta a los mercados de Estados Unidos y Europa. El fin de la guerra, al conocerse en Santa Marta, será motivo de regocijo y desfiles, porque su fin significa que la United y su Flota Blanca regresarán con los dólares y las manzanas de California y los jamones de Virginia.

Guillermo Henríquez es autor de varias obras de teatro como ‘El cuadrado de Astromelias’ y novelas como ‘Fruta sabrosa’. En ellas retrata, a ratos de manera alucinante y onírica, el esplendor y decadencia de la aristocracia bananera de Ciénaga. Su cuento ‘Un día antes’ capta con dos o tres rasgos el ambiente que reinaba en Ciénaga el 5 de diciembre de 1928, la noche previa a la masacre. Ese día, de máxima agitación en la Estación de Ciénaga, coincide con el arribo al puerto de Las Mercedes, procedente de Barranquilla, de la Selección Magdalena de fútbol, campeona en los juegos de Cali. Escribió, asimismo, ‘El misterio de los Buendía’, libro capital en el que estudia las fuentes reales e históricas de ‘Cien años de soledad’, un tema al que ha dedicado cuatro décadas de su vida. Es un libro valioso porque, además de examinar las fuentes de los personajes y motivos de la novela de Gabo, es, de alguna manera, una historia social y cultural de una región marcada por la presencia de la compañía americana.

Finalmente, el cienaguero Clinton Ramírez C. ha escrito novelas y cuentos en donde examina la sociedad bananera de Ciénaga antes y después del retiro de la United. Destacan las novelas ‘Las manchas del jaguar’ (1988) y ‘Vida Segura’ (2005). Esta última gira en torno a las fobias, amores y muertes de un potentado bananero. Sus cuentos “Una vez el paraíso”, “Extraños en la noche”, “Te enviaré rosa de Beirut”, “Papá salió al jardín” y “El chico del correo” son piezas que dan cuenta de la cotidianidad bananera con una intensidad y naturalidad propias de quien vivió en sus fincas y pueblos ardientes. Apartadas de los tópicos de la violencia y la condena, la obra de Clinton Ramírez ilustra la soledad de los pueblos bananeros, la lucha de los jóvenes que aprenden a ganarse la vida a temprana edad, los enfrentamientos de un administrador bananero a los huracanes, y las exquisiteces y extravíos de los potentados del negocio. Es una obra para la que el crítico francés Jacques Gilard acuñó la expresión ‘nostalgia crítica’, refiriéndose a. la visión crítica de un mundo bananero vivido y experimentado por dentro.

De ‘Las manchas del jaguar’, el crítico literario Teobaldo Noriega anotó en su estudio “Las manchas del jaguar, de Clinton Ramírez: El penoso trabajo de la memoria’: “Esta novela de Clinton Ramírez prefigura un singular espacio ficticio que se proyecta ante el lector como luctuosa galería de voces; diseminados ecos que intentan reconstruir el pasado de un conglomerado humano del cual ahora solo quedan los evidentes destrozos dejados por el tiempo”. A este esfuerzo de la memoria notorio en la obra de Clinton Ramírez es al que Jacques Gilard denominó una nostalgia crítica. Para Noriega es justo “ese sentimiento de nostalgia o angustia ante el vacío que le deja el recuerdo de ese otro mundo ya perdido, como su escritura se lanza a una penosa tarea de rescate”.

La novela encierra, según Noriega, “una visión angustiante, desoladora, consecuencia de las asperezas del tiempo”. Una desolación y angustia que todavía, anotamos acá, puede percibirse en los rostros, las fincas y las edificaciones de los pueblos de la Zona Bananera.

El mundo bananero no es un universo agotado para la historia y la investigación. Mucho menos lo es para la imaginación literaria. La huelga y la masacre solo fueron su detonante inicial. Los autores posteriores a García Márquez y Cepeda Samudio supieron trascender la espectacularidad de la masacre, ahondando en la desolación de los pueblos bananeros y los prejuicios de sus elites, siempre deseosas de un nuevo regreso de la Mamita Yunai.

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