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Columnistas

No más una política desprestigiada

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Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

Muchos políticos han contribuido y contribuyen con creces desafortunadamente (evidencias sobran), al desprestigio de la política, instituciones y desconfianza de los ciudadanos en una y otras. Falta de explicaciones sensatas, rigurosas y serias sobre asuntos puntuales de la democracia, espionaje a políticos y miembros del gobierno o sobre los sumideros del Estado manejados por delincuentes a los que distintos gobiernos de diferentes banderías utilizan sin pudor, amenazan de plano la estabilidad democrática, a lo que se adicionan campañas contra el propio Estado por quienes pretenden acabar con la corrupción y terminan siendo esencia de la misma, sin que les importe renunciar a sus principios -si alguna tuvieron- para mantenerse en el poder. Se afirma, además, que es el propio poder el que ha dejado estabilidad y gobernabilidad en manos de quienes aspiran a destruirlo, al tiempo que agregan que es imposible que los antisistema sostengan la solidez del sistema, ya que son ellos quienes quieren controlar la Justicia o desmontarla tal como está concebida y han ido acomodando a sus intereses, porque su independencia los amenaza y es la última esperanza de los ciudadanos.

El abismo en la seguridad del Estado, descubierto y aireado por quienes son responsables de impedirlo y combatirlo, es el último episodio de una degeneración de la democracia que exige una reestructuración importante y urgente. No la que piden los que desde dentro del sistema se sitúan al margen de éste o los que quieren independizarse del Estado que les sostiene. No. Es una revisión y una regeneración profunda, completa, ética de la política, que incluya el fortalecimiento y la independencia de las instituciones, hecha por quienes creen en la democracia, donde deberían estar, sin duda, los intelectuales del más alto calado, desde hace rato desaparecidos en este combate, vacío que se nota, lo que da para expresar que algo estamos haciendo mal cuando estamos poniendo en riesgo los valores fundamentales de la democracia.

La libertad, el valor del derecho, la división de poderes, la ética, el sentido de Estado, la responsabilidad personal y social, la solidaridad o la transparencia están siendo superadas por un falso progresismo, por los insultos y los linchamientos mediáticos, por el uso de la mentira y el engaño como armas de descalificación y destrucción del adversario, por el nuevo puritanismo y la cultura de la cancelación, por un feminismo a ultranza, por el egoísmo y el enfrentamiento. A nadie le interesa tender puentes, lo que es lamantable, como tampoco buscar acuerdos o cerrar heridas. Impera desgraciadamente la cultura de la destrucción del adversario.

La democracia la vemos retrocediendo irremediablemente ante la creciente incertidumbre y escepticismo ciudadano. Son los políticos los que lo están provocando y haciendo cada vez más que sea la nuestra una sociedad adormecida, cansada y anestesiada -les conviene-, donde manda el hedonismo, donde cada día la vida vale menos y cobra vigencia, envuelta en ese virus de falso progresismo, la cultura de la muerte.
Populismo, demagogia, polarización y posverdad están matando la democracia. No podemos dar razones ni poner poltronas en el Gobierno a quienes quieren destruirla. Actuamos contra ello o seguiremos siendo, como hoy somos, responsables de semejante debacle y ello sería inadmisible.