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Columnistas

Liderazgos sin egolatrías

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Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez

Interesan para todos y definitivamente los liderazgos ciertos, reales, auténticos, no los autocráticos que estimulan las polarizaciones, ya que no son para nada, una buena brújula, nunca eficaces y siempre infértiles. No se trata que optemos por liderazgos débiles o ingenuos, sino aquellos que respondan a las duras exigencias del mundo complejo en el que estamos; y no sólo en lo técnico, sino también en lo humano, lo moral y lo ético. No queremos para nada líderes absolutistas que se pierden en su propio ego o en la desconfianza en sí mismo que no le permite superar las adversidades. Tenemos que ir tras líderes que armonicen confianza y humildad y sean además prudentes si es que en verdad pretenden guiar a la gente en medio de los desafíos de hoy; más, por cuanto los liderazgos caracterizados por el ego, contribuyen al fracaso o, en el mejor de los escenarios, llevan a la mediocridad.

El problema del ego es grave por cuanto sobreestima la verdadera capacidad de quien se cree superior a su realidad. Ego es sesgo, y curiosamente les ocurre fácilmente incluso a las personas más inteligentes y en quienes la confianza supera con creces la competencia, es recurrente. La ignorancia engendra confianza con más frecuencia que el conocimiento. El peligro de estos liderazgos es que son los más proclives a aislarse, huir de la crítica constructiva, consolarse con los aduladores, dejar de escuchar y establecer mecanismos defensivos para justificar su toma de decisiones. Craso error.

En oposición a lo cual, tenemos que los directivos más eficientes son aquellos que obtienen las más altas puntuaciones tanto en confianza como en humildad. El nivel más alto de liderazgo corresponde a aquellos que saben combinar humildad personal con una gran fuerza de voluntad. Los mejores líderes son modestos, hablan poco de ellos mismos y mucho de las organizaciones. El liderazgo es esto en gran parte y no otra cosa, pues hasta los líderes carismáticos pueden llegar a ser, incluso, una desventaja”.

El líder, sin el padecimiento de un ego desproporcionado, se da cuenta que tiene errores y confía en un equipo de trabajo cuya suma de talento es evidentemente mayor que el individual. Tampoco da crédito a todo lo que le dicen, pues esos mismos interlocutores pueden estar sesgados, pero también pueden tener razón. Sabe escuchar. Por eso busca el consejo oportuno e integra las decisiones colegiadamente. No rehúye a la vulnerabilidad. Está más interesado en mejorar que en tener la razón, o que es acertado, conveniente y útil.

Ser humilde no significa tener baja autoestima, que incluso podría ser falta de humildad, ni considerarse inferior ni dudar del propio criterio, ya que lo óptimo no es ni la inferioridad obsesiva, ni la duda debilitante, ni la arrogancia ciega, sino la confianza humilde y la prudencia que hace verdaderos sabios. Confianza y humildad deben ir siempre de la mano entre visión a largo plazo y realismo, firmeza y flexibilidad, fuerza de voluntad y amplitud de miras, lo que deben ser virtudes cada vez mayormente frecuentes en los necesarios liderazgos actuales que tanto demandan hoy las comunidades del mundo.