Columnistas
El Brebaje de la Sierra

Por: Iván David Correa Acosta
En estos días estaba leyendo un libro del escritor colombiano Mario Jursich “Impúdico Brebaje”, donde hablaba de la relación existente y casi que inequívoca entre el café y la política, el café y las grandes ideas de una sociedad, el café como lugar de tertulia donde se gestan los partidos políticos, los equipos de fútbol, las buenas y malas noticias y el café como la bebida que precisamente estimula todos y cada uno de los acontecimientos que suceden en torno a un país. Colombia como país productor y de los líderes mundiales en cuanto a calidad de su café, no escapa de esta tendencia. Durante años, la cultura siempre germina al lado de los cafés como científicamente se ha comprobado, producto de la estimulación cerebral que produce la cafeína, un producto impulsado por los gobiernos como alternativa a la chicha y al aguardiente, para “desemborrachar a la población”, algo que funcionó, al ser escenario de libros, de discusiones sobre el destino de la Nación, e incluso la planeación de grandes magnicidios como el de Jorge Eliecer Gaitán, que surgieron en torno a los Cafés del Centro de Bogotá. Por años, el café ha logrado un papel preponderante en su política económica, en su política social y también en la generación de esas políticas, que por años se fijaron precisamente en cafetines y cafeterías de los centros de las ciudades principales.
Pero más allá de la relación tremenda que plantea Mario Jursich en su libro, no escapaba de mi mente la riqueza cafetera que tenemos precisamente en el resquicio andino que tenemos junto al mar de Santa Marta, la Sierra Nevada de Santa Marta y su desde antaño, cultura cafetera que cada vez es más apreciada y explotada por nacionales, extranjeros, propios y extraños que aprecian la riqueza cultural de ese siempre hermoso reducto neblinoso en lo más profundo de la Sierra costera.
Sin embargo, lo más extraño es que tenemos dos cosas paradójicas de esa tierra que nace a orillas del Mar Caribe y en las faldas de la Sierra Nevada, que no gozamos ni del esplendor que nos puede brindar la mina de oro que pueden ser los cafetales que nacen de Minca para arriba ni de las grandes ideas que germinan en torno a los cafés. Salvo contadas excepciones, las grandes conversaciones se pierden en el día a día y las concreciones se pierden como precisamente el humo del tinto de la mañana. Santa Marta es la ciudad que lo tiene todo y carecemos de todo precisamente, tenemos el banano más rico, el carbón más productivo que sale de nuestros puertos, el café más puro, pero a la vez todo se diluye como el vapor de agua en estos días de calor intenso. Mi invitación es más firme es a que veamos con buenos ojos la discusión del Café de la Sierra y que en torno a él, surjan las grandes discusiones que nos merecemos como ciudad y departamento, en torno a ese café que sale de El Campano, de La Tagua, de Minca, y de los albores de las montañas costeras, para que por fin podamos atribuirle a ese “impúdico brebaje” la importancia que amerita.
