ARIEL QUIROGA & ABOGADOS
La guerra hay que afrontarla. Agustín Laje, Nueva Derecha y Santa Marta

Por: Ariel Quiroga
En medio de una molesta incapacidad médica, que me deja como único recurso expresarme a través de la escritura, aprovecho estas cortas líneas para referirme a la próxima conferencia que el teórico Agustín Laje dará en la ciudad de Santa Marta. Sí, acá en la periferia, donde, por más alejados que estemos de los centros de poder internacionales y nacionales, las distintas líneas de pensamiento hoy en pugna generan en nuestras vidas algunos traumatismos.
En 2023, por ocasión de una visita del pensador argentino, decidí escribir una columna de título ofensivo pero calurosa en el contenido (ver columna aquí). En ella realicé una mordaz crítica al público que lo escucharía, pues consideré —y en parte aún considero— que tales oyentes solo complacerían un sesgo de confirmación primitivo, en el que la camándula y las restricciones a las libertades individuales saldrían avantes. Sin embargo, lo importante, lo esencial, es el cómo dar la batalla, no solo por los espacios de participación en el Estado, sino por el debate en el alma de la sociedad: es decir, por lo que naturalizamos o no. Eso quedaría relegado.
Hoy, dos años después, la realidad no es la misma, pero tampoco ha variado demasiado. En Santa Marta, por ejemplo, logramos derrocar legalmente a la camarilla de izquierdas que gobernaba como sátrapas un lote personal, y en lo atinente a la Gobernación, estamos en proceso de lograrlo. Sin embargo, aún en lo correspondiente a que las grandes bases populares encarnen intereses de amplia conveniencia para el interés general, la tarea es más compleja. Son los colectivos de izquierda quienes, con mayor eficacia, se internan en las barriadas y logran, a través del trabajo comunitario, no solo atar votos, sino también voluntades. Hay que decirlo: no necesariamente bajo engaño. En ese campo, en la pedagogía social, sigue ganando la izquierda. Nuestra dirigencia de derechas, al parecer, se aferra anquilosada a las viejas estrategias de aparecer únicamente en épocas electorales.
Ahora bien, es cierto que el discurso de Laje no es el de un ideólogo militar, sino el de un citadino excepcionalmente estructurado, con los suficientes arrestos para llenar de contenido intelectual sus fundamentos y viralizarlos a lo largo del continente. Defiende a todas luces los valores que hoy representa la derecha política. Sin embargo, creo que sus postulados son perfectos para países como Argentina, España y, tal vez, en una década de seguir el buen proyecto de Bukele en El Salvador. ¿Pero en Colombia estamos listos para ablandar el enfoque del ataque político, de la seguridad, hacia la batalla cultural? Creo que no. La batalla cultural que propone Laje hay que darla, sin embargo, en Colombia nuestro principal problema supone la imperiosa necesidad de plantearnos un líder o movimiento político guerrero, que impulse una democracia combativa como la que proponía Bolívar en la guerra a muerte contra el Imperio español en la Nueva Granada y luego en el Perú. Solo que, en nuestros días, la guerra a muerte debe decretarse contra los alzados en armas, sean de izquierdas, de derechas o de cualquier otro signo. Lo importante es obligar a quien levante un arma contra el Estado a entregarse, ser capturado o ser neutralizado.
Hoy Agustín Laje llega a un país en el que, al mejor estilo de Pablo Escobar y de la lacra de Tirofijo, los policías y militares tienen precio sobre sus cabezas. Los carros bomba, secuestros, masacres, descuartizamientos y el control de cientos de kilómetros cuadrados por parte de los criminales son nuestra realidad. Y ante tal desgracia, nuestra dirigencia de izquierdas se encuentra congelada o complacida, impulsando consultas bizantinas. Nuestra dirigencia de derechas, por su parte, carece de la garganta y la capacidad de movilizar masas en torno a la conciencia de que este país ya no se arregla con diálogos eternos ni con acuerdos difusos, sino llevando a esos enemigos variopintos hasta su extinción física.
Necesitamos una nueva derecha, capaz de encauzar votos con un discurso realista, sensato y frontal, como Churchill cuando, obteniendo la jefatura del gobierno británico en la Segunda Guerra Mundial, solo prometió a su pueblo: sangre, sudor y lágrimas. Sacrificio local, con el que se obtuvo la libertad de todo un planeta.
