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¿Celebrar o no el mes de la mujer?

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Por Marcela Escandón Vega

“Dediquemos una financiación sólida, una valiente labor de promoción y una férrea voluntad política a alcanzar la igualdad de género en todo el mundo. No hay ninguna otra mayor inversión en nuestro futuro común”, Ban Ki-moon, secretario General de las Naciones Unidas

El pasado mes de marzo se celebró una vez más el mes de la mujer. Al igual que en años anteriores, seguramente recibiste flores, chocolates o al menos varias felicitaciones por el día de la mujer. Sin embargo, más allá de lo material, vale la pena recordar cuatro puntos importantes para darle sentido a estas conmemoraciones acerca de la importancia de la mujer en todas las sociedades y de su lucha histórica por obtener equidad en todos los ámbitos.

Antes de eso, quisiera aclarar que la intención aquí no es unirse a las críticas sobre lo “comercial” o el “materialismo” alrededor del día de la mujer. Desde mi punto de vista, los detalles que se tienen ese día con las mujeres no tienen nada de malo, mucho menos las ventas y empleos que se generan en torno a ellos. Lo malo es que ese día recibamos detalles y atenciones sin tomarnos al menos un par de minutos para reflexionar acerca de nuestras propias vidas, y las de las mujeres que nos rodean: sus condiciones de vida, entorno familiar, dificultades, futuro, proyectos, sueños y pesadillas.

De nada nos sirven el mes de la mujer y todas las demás conmemoraciones: Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (25 de noviembre), Día Internacional de las Mujeres Rurales (15 de octubre), Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia (11 de febrero), Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina (6 de febrero) si no recordamos al menos estas cuatro cosas:

1) El sentido del día y mes de la mujer es el reconocimiento de las luchas históricas femeninas, como la igualdad laboral y el derecho al sufragio. En marzo se resalta el enorme valor histórico de las luchas y huelgas femeninas desde mediados del siglo XIX en contra de las inhumanas condiciones de trabajo que padecían niñas y mujeres obreras en todo el mundo. Específicamente, se estableció el 8 de marzo como fecha simbólica, a raíz de la muerte de 129 trabajadoras que fallecieron durante el incendio de una fábrica textil en la cual fueron encerradas para que no participaran de las huelgas en favor de sus derechos.

2) Sí hay cosas que celebrar. Existen importantes reconocimientos legales y algunos cambios culturales que con mucho esfuerzo hemos obtenido las mujeres en diversos países, con apoyo, por supuesto, de hombres conscientes. El derecho a la propiedad, al voto, a la igualdad en las condiciones laborales, prohibición de la discriminación, participación en cargos de decisión (leyes de cuotas) y muchas otras medidas para garantizar la igualdad, al menos en el plano legal.

3) Hay muchas otras cosas que no podemos celebrar aún. La desigualdad de género en el mundo aún es muy dramática en muchos campos: por ejemplo, el laboral (las mujeres en Colombia ganan en promedio 20% menos que los hombres, aunque trabajan más horas) y el político (menos del 10% de los países del mundo son gobernados por mujeres). La labor doméstica y la crianza de los hijos sigue siendo subvalorada y no remunerada. El embarazo adolescente sigue reproduciendo la trampa de pobreza en todo el mundo. Los ataques con ácido, violencia intrafamiliar y agresiones sexuales como arma de guerra siguen cobrando víctimas, principalmente mujeres. El lenguaje sigue siendo patriarcal y discriminador (decir gerenta o presidenta sigue sonando extraño), los nombres para lo divino son principalmente masculinos (dios, padre, creador) y lo femenino sigue “sonando” secundario o marginal (diosa, sacerdotisa).

4) En la vida cotidiana se hace la diferencia. El cambio en la vida cotidiana es fundamental. No podemos esperar a que todos los cambios sean a través de leyes o instituciones. Nosotros podemos hacer la diferencia en: nuestro trabajo: valorando por igual los aportes de colegas femeninas; en el hogar: repartiendo labores domésticas de manera igualitaria (hijos varones también pueden lavar la loza); en la calle: no necesitamos que nos den el puesto en el bus (a menos que estemos embarazadas, seamos de la tercera edad o en condición de discapacidad) sino que eviten comentarios sobre nuestros cuerpos o ropa, lo que en realidad es acoso. No enseñes a tu hijo a maltratar verbalmente a sus hermanas, o a respetar más las decisiones del padre y no de la madre. La violencia sexual nunca es justificable, así usemos una minifalda o salgamos solas a tomar una cerveza.

El día que las mujeres nos sintamos seguras y tranquilas en la calle, que podamos acceder a educación y oportunidades laborales por igual, que recibamos salarios justos, que no se nos acose en la calle, que no se nos juzgue por nuestra ropa, que no se asuma que nuestros éxitos se deben a “favores” por parte de los hombres, que podamos acceder a altos cargos sin trabas solo por ser mujeres y un largo etcétera, ese día podremos celebrar por completo.

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