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Columnistas

Las representaciones del miedo y de la Física

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Por

Moisés Pineda Salazar

Creer que fuera viable una guerra con Venezuela, incluyendo «la posibilidad de sufrir  un ataque con armas nucleares» y del cual «participarían las fuerzas irregulares y los milicianos de las Farc«, me recuerda los tiempos en los que se llegó a creer, a pie juntillas, que durante la Segunda Guerra Mundial el Puerto y el Aeropuerto de Barranquilla serían atacados por las Fuerzas Aliadas (Inglaterra, Rusia y EE.UU) a efectos de neutralizar la capacidad logística de la Empresa Alemana de Aeronavegación – Scadta – y la del Puerto Marítimo Fluvial para servir de abrigo a Barcos y Submarinos Alemanes.

Todo a resultas de las consejas parroquiales, según las cuales, aquello pasaría por voluntad de la poderosa y numerosa Colonia de alemanes e italianos residentes en la Ciudad, que se convocaba en una Sociedad Nazi que se reunía públicamente en el Barrio Boston.

Ese par de hechos prueban que cuando se exacerban los miedos y se amplifican los delirios, entonces se toman decisiones irracionales como la de construir en los predios del Batallón ‘Nariño’ en Barranquilla, un búnker hecho en hormigón y acero, inexpugnable, con tres niveles bajo el de la calle; dotado de autonomía energética para sostener durante varios meses los sistemas de ventilación, comunicación y de alimentación, así como la capacidad de respuesta armada, desde treinta metros en el subsuelo.

Bastó con que Hugo Chávez sugiriera que sus aviones contaban con autonomía suficiente para ir hasta Bogotá, bombardearla y volver a Caracas (1.018 kilómetros) sanos y salvos, para que el presidente Álvaro Uribe ordenara al Ministerio del Ramo la fábrica de una construcción militar moderna, digna del Presidente de una Nación del Primer Mundo, al costo de casi medio billón de pesos, para que desde allí, en Barranquilla (a 866 Kilómetros de Caracas) operara el Comando  Unificado del Caribe, Primera División del Ejército  de tierra mar y aire, que por entonces tenía su base en Santa Marta.

Aquel Comando es una Institución castrense que luego de cinco años sigue allá, porque hasta ahora no se ha trasladado a esta fortaleza subterránea, en el Cantón Norte, en donde el Mesiánico Señor Presidente de la Republica de Colombia, pudiera guarecerse, mantenerse a salvo y, como Comandante en Jefe, asumiera la defensa del país de «la amenaza del Castrochavismo» comunista.

Tan inútil, y secretísimo es este esperpento que no solo permanece sin uso, sino que ha sido cedido en propiedad al distrito de Barranquilla para levantar viviendas y desarrollar un parque.

Las cosas, no son lo que dice la gente.

Al valorar hechos como el que involucra a Salud Hernández, y que ocupa nuestra atención, existen conceptos previos, por experiencia directa o por referencia, como el de que una isla es algo pequeño, de tal forma, que las maneras de representarlos, al ser comparados con otros, el tono, las dimensiones y el color transmiten significados acerca de las proporciones que corresponden a la importancia relativa de los elementos que se comparan.

Así y para validarlo, en algunas oportunidades, acostumbro preguntarle a mis alumnos y amigos lo siguiente, al tiempo que les muestro un planisferio: «si yo tomo un bus de turismo en La Habana rumbo a Santiago de Cuba, ¿cuánto dura el viaje?

La mayoría de las veces me responden algo así como que, “tratándose de una isla, el viaje debe durar 45 minutos o, a lo sumo, dos horas».

Cuando les digo que el armatoste gasta dieciocho horas en ir de una ciudad a la otra, porque la distancia entre ambas es comparable con la que hay entre Barranquilla y Bogotá, abren los ojos como platos.

Así, comparada con los Estados Unidos y con el resto del continente, en los mapas físicosen correspondencia con la idea de superioridad de una nación, de una economía respecto de las otras, Cuba es mostrada como un territorio minúsculo e irrelevante frente al «coloso del norte» y sus vecinos.

LAS COSAS NO SON COMO NOS LAS MUESTRAN LOS MAPAS

Hace algunos años, yo fungía como miembro del equipo técnico de la Asociación de Departamentos, cuando, luego de solo tres horas de estar sesionando, el Gobernador del Departamento del Amazonas anunció, que se retiraba de la reunión porque debía visitar al corregimiento de La Chorrera.

Aquella decisión me pareció un despropósito, habida cuenta la agenda estratégica que debía consensuarse en dicha reunión programada para dos días.

Se buscaba estructurar una Agenda Común a efectos de hacer eficaz la Representación que el gobernador Rodolfo Espinosa ostentaba en la Mesa de Negociación entre el gobierno de Andrés Pastrana y las Farc en El Caguán, en nombre de las autoridades territoriales y, en particular de aquellas zonas azotadas por el accionar de las guerrillas, como La Chorrera.

LE HICE LA OBSERVACIÓN

Menos mal que fue de manera personal y hecha en voz baja al Señor Gobernador. Menos mal digo, porque de hacerlo en voz alta y en público, hubiera quedado al descubierto mi ignorancia y mi petulante autosuficiencia.

Fue, entonces, cuando descubrí que la jurisdicción del departamento del Amazonas la conforman dos Municipios, a saber: Leticia su capital y el Municipio de Puerto Nariño. Nada más que eso. Cuando adquirí conciencia de lo que significa ejercer la gobernabilidad en el Departamento más extenso de Colombia (109.665 kilómetros cuadrados) con una población de escasos 80.000 habitantes dispersos en nueve corregimientos departamentales.

En ese instante, el Gobernador me mostró que para llegar a La Chorrera, saliendo desde Bogotá, tardaría cuatro días en arribar a su destino luego de viajar por avión, avioneta, en lanchas, a lomo de mula y en camiones, pernoctando en un punto y otro, hasta llegar a aquella localidad ubicada a unos 420 kilómetros de Leticia, en donde se asientan solamente 4.000 vecinos que vienen a ser una tercera parte de los habitantes de la Urbanización ‘Adelita de Char’ avecindados en el corregimiento de La Playa en Barranquilla.

Entendí que, si el Gobernador del Amazonas no salía inmediatamente, y en volandas, hacia El Dorado, perdería el vuelo de Satena y solo podría hacer conexión dos días después.

Una cosa es que la distancia entre dos puntos sea igual a la velocidad multiplicada por el tiempo gastado en recorrerla (E=V*T), como se predica en un laboratorio de física y otra, muy distinta, es ir de Valledupar a Montería (431 Kilómetros) o hacerlo entre Leticia y El Encanto (449 kilómetros), en el Amazonas.

Es que, en las cosas de la Selva, los modelos científicos no funcionan.

De esta manera, al aproximarnos al análisis de la situación vivida por la periodista Salud Hernández, quien afirma que «nunca tuve miedo«, que nos describe un ambiente selvático en el que las distancias se miden en jornadas de a pie, a lomo de mula, en motos o en lanchas; que nos dibuja con palabras un espacio en el que la información viaja como lo hacía en el Siglo XV, en las alforjas o en la memoria del chasquis, y en donde el tiempo discurre en una forma distinta, si queremos comprender lo que pasó, tenemos que hacerlo usando unos modelos y unas representaciones mentales, totalmente distintas, a aquellas a las que la vida urbana nos ha acostumbrado.

 

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