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Columnistas

De burro a donkey

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Por Víctor Rodríguez F.

En la Banana Republic se vivía en el paraíso, el tiempo pasaba lentamente, había paz y tranquilidad, era el territorio del don’t worry be happy. No había mucha tecnología, todos nos conocíamos, hasta los ladrones tenían un código de ética, dormíamos con la puerta abierta, no había rejas en las ventanas y jardines.

Nuestros carros eran eternos, nunca se chatarrizaban, sino que se latonaban, se pintaban y siempre estaban nuevos. No había escoltas, ni caravanas intimidantes, mucho menos carros con vidrios polarizados. Existía la ‘ñapa’ en la tienda, y el chance no era una apuesta, sino que existía siempre quien estuviera presto a llevarte en el carro sin conocerte. Todos en la Avenida del Libertador iban para el centro así que ni se preguntaba, sabíamos que todos los carros iban al centro, lo mismo al regreso. Igual pasaba en los bomberos, quien se paraba ahí, se sabía iba para El Rodadero, todo era sunshine.

Eran los tiempos en que el Puente de La Barra era de madera y solo pasaba un carro a la vez, tiempos en que había que madrugar para ir a Barranquilla y pasar de una o demorar varias horas esperando el ferry para atravesar el río Magdalena. Tiempos donde la central de transporte eran empresas que se agrupaban en las cuatro esquinas de la Carrera Quinta con la Avenida Santa Rita, donde teníamos la opción de viajar en Cosita Linda, La Veloz, Libertador, Transporte Samario, la Costeña, entre otros.

Eran fines de los 60 inicio de los 70, nuestra felicidad con la estrella del Unión Magdalena campeón no dejaba ver un futuro en la B del fútbol colombiano.

En este paraíso nos llegó la serpiente desde el norte, a quienes llamaremos en esta historia Los Gringos, llegaron muy simpáticos, sonrientes, a traernos el futuro, a mostrarnos lo atrasados que estábamos y que ellos nos garantizaban un salto a la modernidad, nos mostraron que, con dólares, íbamos a poder tener muchas cosas, a dejar de ser parroquiales y volvernos citadinos. Ellos, descendientes de anglosajones en Norteamérica venían a traernos la civilización con una matica. La misma matica que posteriormente llamaríamos la ‘Mata que Mata, la Mata Maldita’ nos recolonizaron con la ¡Marihuana!

Comenzó a sembrarse aprovechando los pisos térmicos de la Sierra Nevada, con un país sin política para el manejo de este tipo de siembra y de negocio, a llenar a la oculta Perla de América de dólares, producto de la actividad marimbera. Los samarios de ese entonces, que teníamos identificados quien era quien aquí, porque todos nos conocíamos, vimos cómo algunos comenzaron a mostrar una prosperidad sin precedentes; quien era pobre o de clase media, empleados públicos de la noche a la mañana comenzaron a mostrar el carro que impuso estatus en ese momento, todos tenían Ford Ranger. Eran los nuevos ricos de la ciudad. Del Club, muchos se dejaron seducir por este nuevo negocio y aunque la nueva riqueza la podían mezclar con la antigua, todos sabíamos quienes estaban en el negocio, pues, como dije antes, todos nos conocíamos.

El negocio era bueno, sonreían los gringos, sonreían los criollos, sonreían los nuevos ricos. Pero, algún avezado alumno de Los Gringos pensó: ¿para qué necesitamos al Gringo? Nosotros si la llevamos directamente y la vendemos, ganamos más. Fue un claro ejemplo de que el alumno aventaja al maestro, por lo menos de momento. Liquidaron a Los Gringos, momento que marca el inicio hacia la expulsión del paraíso que había entre nosotros.

Ahí es donde la felicidad se transforma en ‘La Mala Hierba’, donde el Tío Sam toma cartas en el asunto e inicia todo un proceso represivo que iba dejando a muchos en la cárcel, muertos, pero también la represión sirvió para que se cotizara más la ‘Mata que Mata’.

‘El niño que es llorón y la mamá que lo pellizca’ dice el adagio popular, ante la guerra que se armó por el nuevo poder que generaba la marihuana, porque comenzaron los exterminios de diferentes familias, de agentes, soldados y personal secreto gringo por lo que el gobierno colombiano aceptó la creación de una división dedicada a perseguir a los marimberos. Como dato curioso, todos los perseguidos y encanados eran criollos, no se tiene referencia de capos gringos presos ni allá ni acá en esa época. Súmele a esto la fumigación con glifosato, el ‘exterminio’ de la marimba estaba garantizado.

Justo en este momento histórico del narcotráfico colombiano, hay que agregarle hechos de significativo desarrollo para nuestra ciudad, la apertura de la Troncal del Caribe que conecta a La Guajira con el Magdalena, la construcción de los puentes sobre el río Magdalena y de la Ciénaga Grande y la nueva vía al Cesar permitieron la llegada de muchas personas a nuestro territorio samario y fue cuando dejamos de conocernos todos, había caras nuevas, nuevos gustos, nuevos negocios emergentes. Las cosas cambiaron en el paraíso.

Apareció una droga mucho más rentable que se podía sembrar en otros lares de la Patria, claro que, por la ubicación estratégica de La Perla de América, con puerto marítimo, con la elevación de la Sierra Nevada con los diferentes pisos térmicos posibles, la hará atractiva para el desarrollo de actividades de explotación agroindustrial ilegal sumado a las exportaciones ilegales de este tipo de actividades de alta rentabilidad ante la real demanda de un mercado con alto poder adquisitivo como el europeo y el norteamericano.

Atrás queda la década del 70 y en pleno siglo XXI, nos sorprenden nuevamente los norteños gringos con eco de algunos criollos, entre ellos, el senador hijo del inmolado por el narcotráfico Luis Carlos Galán Sarmiento, y nos cuenta otra historia diferente en la cual se busca la reivindicación de la Cannabis Sativa. Ahora es una mata milagrosa creada por los dioses para el crecimiento, emancipación y glorificación de la raza humana por lo cual hemos de recibirla como regalo divino, atrás quedan tantas muertes, tanta sangre derramada, tantas familias destruidas, tantas riquezas ocasionales, tantas persecuciones. Hoy, la ‘maracachafa’ queda en el pasado, ni que hablar de la ‘Golden’ ni de la ‘Punto Rojo’. En estos momentos, regresa la marihuana recargada, por la puerta del Congreso y del Palacio de Nariño, porque el verdadero poder mundial y el comercio, lo imponen. Oferta y demanda, he ahí la cuestión.

Hoy, la nueva panacea medicinal puede ser industrializada y explotada en los tiempos del TLC por las más competitivas empresas del mundo capitalista; la Cannabis Sativa tendrá cotización en las grandes bolsas accionarias del mundo a una dimensión que el criollo no podrá alcanzar, solo consumir. Bienvenidas las trasnacionales con grandes capitales para conquistar el agro colombiano con la siembra de la marihuana, pagarán impuestos, harán empresas, tendrán beneficios y protección estatal. Si algún espontáneo criollo se dedica a sembrar, volverá a ser perseguido, no porque sea la mata maldita, sino por la competencia desleal y la evasión de impuestos.

La otra situación que viviremos es cuando a los adictos ya no les dirán burriquete, burro, coleto o chirrete. Ahora serán enfermos que necesitan su medicina. También serán muchos los que se automediquen, y en vez de ir a las Clínicas, IPS, EPS, ARL o al ‘Troconis’, consumirán sus dosis en los parques.

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