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¿Se acabó la plata? Por Cecilia Montaño

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Por: Cecilia López Montaño

Lo que no se puede hacer es seguir postergando la recuperación de nuestra base productiva. Impulsar los sectores industrial y agropecuario, requiere decisión política, recursos públicos y privados.
Para empezar, debe aclarase que históricamente en Colombia los planes de desarrollo siempre terminan sobredimensionados, en términos de las posibilidades reales de financiación. Por ello, no debe sorprender lo que está sucediendo actualmente, entre otras, porque el país se demoró en aceptar la llegada de las ‘vacas flacas’ a nuestra economía. Y llegaron en un mal momento porque, precisamente, ahora, cuando se tiene la perspectiva de alcanzar un acuerdo de paz en La Habana, hubiese sido deseable que el Gobierno y el país, en general, no se enfrentaran a esta seria limitación fiscal.
Pero, así es la vida, y toca ser realistas.
Cabe añadir que el problema no es solo nuestro, aunque no todo el mundo lo está pasando mal. Algunos, al ser compradores de commodities –cuyos precios están por el suelo–, se encuentran muy bien. Es el caso de India, en donde la aceleración de su crecimiento ha sorprendido a muchos, precisamente por la razón anotada. Igualmente, es el caso de países compradores de petróleo como los centroamericanos y unos pocos suramericanos, que se benefician de adquirir commodities baratas. Pero les va mejor a aquellos que ahorraron durante la bonanza, lo que les da ahora espacio fiscal para políticas contracíclicas. Colombia no ahorró, se lo gastó todo, y hoy estamos sin posibilidades de actuar para atenuar las consecuencias del ciclo descendente de la economía.
Como no se trata solo de lamentarse de lo sucedido, es oportuno empezar a mirar los indicadores económicos para aterrizar expectativas. El Banco de la República acaba de reducir la tasa de crecimiento posible para el 2015 a 2,8 por ciento.
Es un descenso brusco, del 4,6 por ciento del año anterior; realmente pagaremos todos las consecuencias de no haber aceptado desde el 2014 lo que nos pasaría. De nuevo, el triunfalismo de los economistas colombianos y del gobierno nos está pasando una factura dura de asimilar.
Después de llevar más de 20 años dedicados a promover las exportaciones, hoy tenemos que aceptar que no logramos ser realmente un país exportador. Por ello, ahora enfrentamos un déficit de la balanza comercial de 6 mil millones de dólares como resultado de un lento descenso de nuestras importaciones, que se suma al decrecimiento de las ventas externas.

Y se agrega algo complejo, dado que el Emisor afirma que la inflación de este año estará por encima de la meta del 3 por ciento, y más cercana al 4,5 por ciento.
Al observar el sector externo, las importaciones no están bajando como se esperaría, sin embargo, lo más grave es que algunas de nuestras grandes industrias se volvieron importadores de productos elaborados en el exterior, que son parte de la canasta de consumo interno, y como si fuera poco, se contrajeron las compras externas de materias primas como hierro y acero.

A su vez, la recuperación de las exportaciones colombianas como resultado de la revaluación del dólar, no se ha producido hasta ahora en las dimensiones esperadas.

La deuda externa aumentó en el mes de marzo con respecto al año anterior 7,9 puntos porcentuales, hoy alcanza el 32,9 por ciento del PIB, y su mayor peso relativo obedece fundamentalmente al incremento en la deuda pública. Si bien no es un nivel que cause alarma, lo que sí preocupa es el comportamiento bursátil de las 20 acciones más líquidas en la BVC –índice Colcap–, que muestra una clara tendencia descendente.

¿Se acabó la plata? Sí, sin duda, pero hay formas de resolver ésta situación, que no se puede interpretar como una crisis, pero sí reconocer –dejando el triunfalismo económico a un lado– que el país está atravesando por un periodo difícil y no será coyuntural. Si lo dice el Banco Mundial es mejor creerle. Lo primero que debe reconocerse es que el Gobierno ha sido honesto al recortar el presupuesto, así surjan grandes debates sobre los sectores a los que más se les disminuyó, por ejemplo, al rural. Lo segundo que debemos aceptar es que ‘todos’ nos tenemos que apretar el cinturón.

A menos que suceda una especie de milagro, esta va a ser una realidad por un tiempo no determinado.
Adicionalmente, con la crisis que se tiene en la salud, el descarado robo a los recursos fiscales y la necesidad de reactivar aquellos sectores hasta ahora bastante rezagados, como el agropecuario y el industrial, es imposible no tratar de buscar nuevas fuentes de recursos, una vez reducido el gasto público hasta donde sea posible.

Solo hay dos maneras de tener más recursos: lo asumimos nosotros, con más impuestos a quienes los evaden, a los ricos que no pagan, o diferenciando la carga impuesta a las rentas de trabajo de las de capital, aliviando a la industria y obligando a los evasores de siempre, personas o instituciones, a que contribuyan al fisco.
La otra posibilidad es dejarle el problema a nuestros hijos y nietos, aumentando el endeudamiento del país. Lo que no se puede hacer es seguir postergando la recuperación de nuestra base productiva que sí generaría empleo; impulsar el sector industrial y el agropecuario, requiere decisión política, recursos públicos y privados.

Queda pendiente una discusión que debe partir de la pregunta sobre cómo y en qué nos gastamos la bonanza. Las respuestas pueden identificar la naturaleza de las barreras a las cuales se enfrenta actualmente la política económica, para reaccionar mejor ante este periodo complejo. Sí, se acabó la plata y estamos en la etapa difícil del ciclo económico, lo que exige esfuerzos de todos, de acuerdo a nuestras posibilidades reales.
Será la forma de atenuar los impactos negativos de esta desaceleración y, sobre todo, construir las bases productivas para poder recuperar la dinámica de la economía de manera más sostenible.