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Columnistas

Santa Marta: una ciudad atrapada entre discursos vacíos y decisiones sin rumbo

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Por: Luis Miguel Moisés

No está bien. No está bien que, desde la Alcaldía, sin importar quién ocupe el cargo de alcalde, se siga alimentando un discurso mentiroso y promoviendo un engaño que ha perjudicado profundamente el desarrollo de Santa Marta. A lo largo del tiempo, se ha vuelto costumbre presentar como soluciones definitivas una serie de estudios hechos a la medida de las ideas del gobierno de turno. No se trata de rechazar los estudios per se, pues en esencia no son malos. El verdadero problema es más profundo: se diseñan para justificar decisiones previamente tomadas, ignorando así un sinnúmero de posibilidades y alternativas técnicas y ecológicas mucho más coherentes con nuestra realidad.

En este contexto desalentador, emerge un instrumento distinto, el Plan Maestro de Agua. Este rompe con ese arquetipo de planeación utilitarista. No es solamente un instrumento normativo y organizativo; es, sobre todo, una declaración de principios sobre cómo deben formularse las soluciones. A partir de una matriz de riesgo rigurosamente construida, escoge la mejor alternativa, y por ello su implementación debe ser obligatoria. Su ausencia prolongada es alarmante.

Desde el último Plan Maestro, o algo que intentó parecerse, han pasado 38 años. Treinta y ocho. En ese tiempo, la ciudad ha crecido a la deriva, sin una brújula que guíe su ordenamiento territorial. Hoy padecemos las consecuencias: Desarticulación urbana, inequidad hídrica, colapso de servicios básicos y una profunda desconexión entre las decisiones institucionales y la realidad ecológica de nuestro territorio.

Ahora bien, ¿Qué plantea el nuevo convenio suscrito por la Alcaldía? Una ruta que, valga la claridad, no fue propuesta por ningún Plan Maestro. Y con justa razón muchos se preguntan: ¿y entonces? La respuesta es directa: no existe actualmente un Plan Maestro. Ni siquiera se ha contratado su elaboración. Incluso si se hiciera mañana, con todo el rigor técnico y participación social que se requiere, sus resultados no estarían listos antes de junio del próximo año. Por eso, el convenio firmado no incorpora sus directrices. Así de grave es la improvisación.

¿Y qué pretende hacer la Alcaldía? Mediante una Asociación Público-Privada (APP), busca solucionar los vacíos en las redes de acueducto, alcantarillado y drenajes fluviales, además de construir nuevas redes y captar nuevas fuentes de agua. Para esto, se destinan 7.100 millones de pesos en estudios de prefactibilidad y factibilidad, que, traducidos en lenguaje claro, se trata de estudios de ingeniería de detalle, estudios de impacto ambiental y evaluación para la elaboración de la matriz de riesgos. Entonces ¿La APP traería consigo la inversión de más de 6 billones de pesos para solucionar, supuestamente de forma definitiva, el problema del agua en Santa Marta? Respuesta corta: NO.

Pero cabe preguntarse, con sentido crítico y técnico: ¿Es viable este megaproyecto? En teoría, sí. Vía APP es legal y posible. Incluso podría ser el camino correcto. Sin embargo, los problemas de fondo son múltiples, 1) Los 7.100 millones de pesos no alcanzan para aterrizar ni sustentar una inversión de tal magnitud. 2) El proponente de la APP debe asumir la realización de los estudios… y no hay proponente. Y 3), repitámoslo con fuerza: no existe un Plan Maestro que oriente las decisiones.

Peor aún son las ideas de captación que se han propuesto. Una administración anterior propuso captar agua del río Guachaca, con un costo de 1.6 billones de pesos. La actual plantea desalinizar agua marina y almacenar en represas el agua en la Sierra Nevada de Santa Marta. ¿Represas en la Sierra? ¿Desalinización en una ciudad tropical?

Y aquí conviene detenerse. Pregunto: ¿Qué hace única a Santa Marta? Respondo sin vacilación: su patrimonio BIOCULTURAL. Nuestra ciudad presenta un sistema denominado ciclo socio-eco-hidrológico, dotado naturalmente como una esponja de agua, donde el agua fluye desde los picos nevados hasta el mar Caribe en una danza milenaria de vida. Desconocer esto es irresponsable.

Si cualquiera de estas ideas, desalinización o represas, se sometiera a una verdadera matriz de riesgo, revelaría que su construcción podría provocar la destrucción de ecosistemas marinos y terrestres de altísimo valor ecológico y cultural, impactando además los indicadores económicos de forma catastrófica. A quienes las defienden les encanta repetir: “funciona en otros lugares”. Pero Santa Marta no es Dubái, no es una isla volcánica, ni una ciudad fuera del trópico. Es un sistema singular, irrepetible, una ciudad única en el mundo.

El problema no ha sido, ni es, la escasez. El problema ha sido el uso desordenado e insostenible del recurso. Tener abundancia no es excusa para la negligencia. ¿Dónde está, entonces, la verdadera solución? En el acuífero. Aunque hoy está casi destruido por décadas de desidia institucional, allí radica la clave. Un Plan Maestro bien estructurado lo revelaría: la salida está en infraestructura natural, en aprovechar de manera sostenible el agua subterránea y superficial, en restaurar los bosques nativos para recuperar la recarga hídrica, en tratar las aguas residuales para reintegrarlas al ciclo de forma ecológica.

Existen empresas con experiencia en este tipo de enfoques, y sumando ese conocimiento a las ventajas bio-geomorfológicas de nuestra ciudad, podríamos, con un Plan Maestro resolutivo y participativo, avanzar hacia soluciones reales, justas y sostenibles. Pero ¿Qué estamos haciendo? Nada de eso. La oportunidad histórica que brindaban los 500 años de fundación de Santa Marta para consensuar un nuevo rumbo ha sido convertida en una vitrina de anuncios vacíos, donde reina la improvisación y se reciclan viejas mentiras que los ciudadanos de a pie ya no creen, y hacen bien en no creer.

Santa Marta no necesita más discursos pseudotécnicos disfrazados de decisiones políticas. Necesita valentía para hacer lo correcto. Y lo correcto es comenzar con un Plan Maestro sólido, independiente, con base científica y participación real. Lo correcto es proteger su acuífero, restaurar sus ecosistemas y respetar su memoria biocultural. Cada día que se posterga esta discusión, es un día más de agua desperdiciada, de vidas precarizadas y de naturaleza sacrificada.

Santa Marta merece más que propaganda. Merece verdad, justicia hídrica y futuro.